Ya tenemos los resultados, y por qué será que no me extrañan.
Estaba clarísimo que iba a salir un sí aplastante, un 87,45 por ciento, ya que era lo que solicitaban tres de los cuatro principales partidos. El no, con un 9,48 por ciento, también ha estado presente. Pero sin duda, el protagonista del día de votaciones ha sido la abstención. Ya me lo decían a mí las aburridísimas caras de los responsables de las mesas de mi colegio electoral, donde a las 19.00, la hora a la que he ido, no había nadie. Estaba vacío, cuando normalmente en unas elecciones hay colas importantes.
Al final no ha ganado ni el sí, ni el no, sino la abstención, con un 63,72 por ciento de los electores que se han quedado en casa, o en la playa, o...
Y no hacen falta excusas, o decir que el electorado estaba confiado, y mucho menos, hablar de éxito. Me río de este tipo de éxitos. Sinceramente, los que estaban confiados eran los políticos, que ni han hecho campaña. Yo creo que con que 10 hubieran ido a votar, les hubiera bastado. Ya os he dicho antes, ni cartas indicando las mesas de votaciones, ni publicidad, ni nada. El Estatuto será la norma más importante que ria en Andalucía. Estará por encima de todas las otras normas locales y decidirá bastante en cuando a financiación y otras competencias autonómicas como la sanidad.
Pero todos han pasdo de puntillas. Ninguno se ha implicado a defender por qué este Estatuto era mejor o peor que el anterior. Si los políticos no se implican, ¿por qué han de hacerlo los ciudadanos?
Y lo más importante. ¿Es realmente legítimo que una norma de esta relevancia se apruebe con un triste 36,28 por ciento de participación? Yo creo que no. Por lo menos la mitad de los andaluces con derecho a votar deben implicarse en la aprobación o no del Estatuto. Si no lo han hecho el problema es de nuestros políticos y debe exgirles una importante reflexión interna.
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